«La gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado ochenta años para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado». (J. W. v. Goethe)
Hay lecturas informativas, lecturas obligadas, somnolientas, complicadas, eruditas, entretenidas, distractivas... ¿Pero te pasó alguna vez de sentir que una lectura te resonaba en lo más profundo del alma? ¿Como si el autor estuviera justo dándote aquellas palabras que estabas necesitando escuchar, casi como dando forma a aquello que apenas estaba asomando en tu profundidad, pero que aún no encontraba cauce? Lecturas que de repente daban sentido a ciertas incertidumbres, a ciertas emociones, casi hasta marcar un “antes y después” en alguna etapa de tu vida? ¿Abriendo caminos nuevos, aunque quizás ya sospechados por alguna parte tuya?
Para mí, una de esas lecturas fue Demian, de H. Hesse. A mis veinte años, recuerdo que iba parada en el 60 que venía bastante repleto y aún estando bien poco cómoda para leer, apenas asomé a su prólogo… ¡qué decir! Aún lo leo al día de hoy y no me canso: “He sido un ser humano que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave ni armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos…” (H. Hesse, Demian)
La segunda de esas lecturas fue el Libro Rojo de C. G. Jung, aunque al principio fue más bien una lectura a medias, o tendré que decir, ¿co-creada? Porque sucedió que esas primeras lecturas ocurrían al mismo tiempo que trabaja en su traducción, eligiendo las palabras que no sólo tradujeran el alemán, sino también un lenguaje del alma, tan visceral...
“Protege los enigmas, llévalos en tu corazón, caliéntalos, embarázate de ellos. Así llevas futuro. Insoportable es la tensión de lo futuro en nosotros. Debe irrumpir a través de grietas angostas, debe forzar nuevos caminos. Quisieras desprenderte del vicio, quisieras evitarte lo inevitable. Irse corriendo es engaño y desvío. Cierra los ojos, para que no veas lo diverso, la multiplicidad exterior, lo arrebatador y tentador. Sólo hay un camino y ése es tu camino, sólo una redención y ésa es tu redención. ¿Qué miras alrededor buscando ayuda? ¿Crees que vendrá ayuda de afuera? Lo venidero es creado en ti y a partir de ti. Por eso, mira en ti mismo. No compares, no midas. Ningún otro camino es parecido al tuyo. Todos los demás caminos te resultan engaño y tentación. Debes completar el camino dentro de ti”. (C. G. Jung, “El don de la magia”, El Libro Rojo, Ed. Hilo de Ariadna, Bs. As. 2010)
En cuanto a la tercera lectura, me gusta pensar que aún está por venir… Mientras tanto queda siempre el releer. “Lee, relee, relee, trabaja y te verás clarividente” dice la famosa máxima alquímica. Y a su propio modo, Pierre Hadot habla de la lectura como ejercicio del alma: “Nos pasamos, pues, la vida «leyendo», pero en realidad no sabemos leer, es decir, detenernos, liberarnos de nuestras preocupaciones, replegarnos sobre nosotros mismos, dejando de lado toda búsqueda de sutilidad y originalidad, meditando tranquilamente, dando vueltas en nuestra mente a los textos, permitiendo que nos hablen. Se trata de un ejercicio espiritual, y uno de los más complejos. Como decía Goethe: «La gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado ochenta años para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado».” (Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid, 2006).
¿Y a vos? ¿Qué lecturas te marcaron y relees cada tanto? ¿Qué novela, cuento, carta, autobiografía…? ¿De niño, de adolescente, o luego? ¿Y si la lectura pudiera ser una herramienta más para el autoconocimiento, qué dirían esas historias acerca de tu propia historia, o qué preguntas te abrirían…?
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