(Parte 2)
Pasó el tiempo y vinieron unos queridos amigos de visita desde Argentina, Humberto y Vero. Y, claro, quise llevarlos a conocer esa misteriosa iglesia que había encontrado en mi primer día en Pavía cuando me perdí. Era de noche, un frío que congelaba las orejas y no había mucho tiempo porque ellos tenían que volver a tomarse un tren. Yo pensé, “son 5 minutos, sé cómo llegar, los puedo llevar”. Y entonces fuimos, y dimos vueltas y vueltas, y no hubo caso: ese día la iglesia de San Teodoro no apareció. No quiso. Así nomás: tragada por la mismísima tierra.
Y sí, no quedó otra que improvisar, algo de lo que puedo no ser muy amante (mucho menos cuando se trata de recibir a visitantes amigos que vienen de muy lejos con los minutos contados). Así que, sin saber si llegaríamos a tiempo, fuimos hasta la Basílica de San Pietro in Ciel´d´Oro. Al trote, creo que a esa altura ya me había olvidado del frío que hacía. Pero esta vez el chronos (¿o el kairos?) quiso que llegáramos. Y ahí estábamos, en la Basílica donde hoy descansan los restos de San Agustín (sí, el mismísimo). Pavía no es una ciudad muy conocida turísticamente, pero tiene cosas como esa.
Terminamos la tarde/ noche con un café cerca de la estación. Nos despedimos y sí, al día de hoy me visitan cada tanto las preguntas: ¿por qué encontré a San Teodoro cuando me perdí y no cuando “ya la tenía más clara”? ¿Se trata de encontrar o será que a veces también se trata de saber perderse para encontrar? Y además, en antiguas noches de frío que congelan las orejas, ¿será que incluso cada uno estará destinado a encontrar algo diferente en ese perderse? 🌱🌱🌱
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