Octubre de 2014, yo venía de un mundo de manzanas cuadradas y bien ordenaditas, un mundo donde pasarse por una cuadra nunca había significado grandes demoras, un mundo cuadriculado de calles derechas.
Así llegué a Pavia y así también, en el primer día de extranjera en país ajeno, pasó que me perdí. Y no tenía el “google maps”, ni conocía a nadie a quien preguntar, ni tampoco mi italiano estaba al nivel de poder pedir indicaciones de calles, ni mucho menos de entenderlas. Me perdí, podríamos decir, “a los tiempos de antes”.
En medio de esa ansiedad no supe hacer otra cosa que seguir caminando “perdidamente”, dejarme llevar por esas calles que de "recto, cuadriculado y derechito" no tenían nada. Pero nada. Y así, entre una voltereta y otra, sucedió que apareció ella: una iglesia que con el tiempo supe que se llamaba San Teodoro. De afuera quizás no decía gran cosa, pero en su interior me hacía sentir ese no sé qué, esa sensación de antiguo recinto sagrado. Fue una iglesia, pero podría haber sido quizás también un árbol, o un puente, o quién sabe...
Llegar ahí fue como haberme olvidado por un momento que estaba perdida, hasta que, claro, al salir lo recordé. Y por supuesto, volví a estar perdida. Nuevamente no supe hacer otra cosa que dejarme llevar, entregarme a las calles mismas, a sus curvas, a sus giros, no sin cierta dosis de ansiedad. Pero sin esperarlo sucedió que ellas solas me fueron “devolviendo al centro”, a poder volver. Con el tiempo me di cuenta de eso: que en muchas ciudades de mapa "no precisamente cuadriculado" las mismas calles tienden a devolver al centro cuando uno “las deja ser”.
¿Difícil perderse no? En una ciudad, en un vínculo, en alguna herida. Se siente en el cuerpo. Esa tarde me perdí, pero en ese perderme también encontré algo. Aunque solo lo pude ver tiempo después... ¿Te pasó alguna vez de encontrar algo habiéndote perdido?
Continuará 🌷
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