En casa para prensar el matambre arrollado de la mesa del 31 de diciembre se usaba un tronco petrificado. Su tamaño no superaba el de una pelota de fútbol, pero tenía el peso de un lavarropas. Al tacto era rugoso como la corteza de cualquier árbol y a la vez era tan suave como una piedra recién pulida.
Pasaba todo el año alojado en el centro de la chimenea en el living y cada 31 de diciembre a la mañana mi papá lo cargaba hasta la cocina. Cuando llegaba lo apoyaba sobre la mesada y se tomaba un minuto para recobrar el aliento. Después colocaba una tabla de madera arriba del matambre recién cocinado al vapor y encima ubicaba el fósil con sus millones de años. El método del peso del tiempo nunca perdió su eficacia. En el transcurso de algunas horas el matambre desprendía hasta la última gota de agua y para la noche era puro sabor.
Cuando falleció mi papá, se dejó de hacer el matambre por unos años y al tronco no lo vi más. No quedaron fotos y esto podría haberlo inventado.
Ahora, mientras escribo, Ine intenta sacarme los anteojos. Creería que ella todavía no sabe del tiempo, aunque tal vez lo sepa mejor que yo.
Le pregunto a mi mamá con qué prensó el matambre esta vuelta. Me dice que usó la Enciclopedia Británica.
Faltan algunas horas para las 12 y pienso en aquel trozo de madera que se hizo piedra. Me recuerda que el paso (y el peso) del tiempo no solo desgasta, envejece o arruga, también prepara, ennoblece, pule, y ayuda a separar lo esencial de lo superfluo. Gracias 2024 🙏❤️ Feliz paso del año viejo al año nuevo. Feliz 2025 💫
Romi Scheuschner ✍️🌱
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